(Traducido por Daniel M. Dayley, con Soledad Mora Vasquez y Priscila Garcia.)
“No hay escondrijo. No hay ningún lugar adonde puedas ir y sólo estar con personas como tú. Se acabó. Déjalo pasar.” —Bernice Johnson Reagon1
Los tres ensayos en el primer número de The Arrow ilustran el reto de articular una sola visión de “sociedad, cultura y política despierta”. Es decir, sus tres autores—todos eruditos y practicantes de la misma tradición contemplativa: Shambhala—no concuerdan exactamente sobre cómo debe ser tal visión. Tome en cuenta que Richard Reoch ofrece una evaluación relativamente optimista del mundo actual, encontrando en el ambientalismo contemporáneo “un fresco aliento del espíritu humano, y un despertar de la terrible historia que hemos vivido,” mientras que Adam Lobel parece ser más pesimista, encontrando en el mundo actual una aceleración y una compresión del tiempo que genera un aumento del estrés y un deterioro del bienestar. O también tome en cuenta que Holly Gayley se centra particularmente en la visión de Shambhala, de cómo la práctica individual se relaciona con el cambio social a diferencia de la visión más amplia de Lobel sobre la variedad de las prácticas contemplativas que pueden funcionar todas, como fuentes de transformación individual y social. En comparación con estos dos autores, Reoch toma un punto de vista aún más amplio sobre el cambio social, en el que identifica a aliados, desde economistas a activistas indígenas, que comparten su creencia de que necesitamos un cambio cultural sobre cómo nos relacionamos con el medio ambiente, sin preocuparse de si su creencia compartida se basa en cualquier tradición o práctica contemplativa.
A pesar de que provienen de la misma tradición espiritual, cada uno de estos autores aporta una voz distinta a la conversación acerca de la sociedad, cultura y política despierta. Interpretados juntos, estos tres ensayos expresan la calidad de la condición humana, a la cual la teórica política Hannah Arendt llama “la pluralidad”: “somos todos iguales, es decir, humanos, de tal manera que nadie es nunca igual a cualquier otra persona que haya vivido, viva, o vaya a vivir”.2 Los humanos se parecen en que son diferentes el uno del otro. Y puesto que ésta es una cualidad básica—o en las palabras de Arendt, una condición—de la existencia humana, incluso las personas dentro de la misma cultura, tradición, o comunidad verán las cosas de manera distinta. Puede ser que cada uno de nosotros esté convencido de que sabemos exactamente cómo nuestras propias prácticas contemplativas se relacionan con el cambio social y político. Sin embargo, una vez que empecemos a hablar sobre estos asuntos, vamos a descubrir que no siempre estamos de acuerdo, incluso y especialmente con nuestros compañeros en la práctica contemplativa. Como humanos plurales, inevitablemente nos diferiremos el uno del otro, y estaremos en desacuerdo mutuo sobre la sociedad, cultura y política.
El reto que plantea la pluralidad a los practicantes contemplativos fue ilustrado con gran hilaridad en un episodio de Portlandia.3 En una parodia titulada “Meditation Crush,” (Enamoramiento pasajero durante una meditación) una mujer pasa todo el día sentada en su cojín en un retrato vipassana convencida de que el hombre que está mirándola fijamente desde el otro lado de la sala, está sintiendo la misma conexión eléctrica que ella. Ella fantasea en que luego de la meditación, comenzarán una intensa aventura amorosa, convencida de que él, también está pensando en la misma fantasía. Pero, cuando termina la sesión de meditación, el hombre no se dirige hacia ella, sino al instructor, con quien se queja de las instrucciones gritando en voz alta y con un molesto tono nasal. El encantamiento se rompe inmediatamente: este imbécil no tiene nada que ver con el alma gemela sexy que ella había imaginado, y se sale indignada.
Es demasiado fácil convencernos de una versión de esta fantasía en el aislamiento de la práctica individual. Todos aquellos que meditan llegarán a ser una mejor persona, al igual que yo estoy convirtiéndome en una mejor persona. Todo aquél que anda por el mismo camino espiritual que yo, estará de acuerdo conmigo—sobre la política presidencial, sobre el control de las armas, sobre la conservación del agua—¡sólo por mencionar algunos! La meditación va a convertir al mundo en un lugar mejor. Si tan solo el Senado abriera cada día con una sesión de meditación sentada de diez minutos—¡imagínate cuánto progreso podríamos hacer como país! Pero al instante que nos levantamos del cojín y comenzamos a hablar con nuestros compañeros de meditación, la fantasía se rompe y nos damos cuenta de que las cosas son mucho más complicadas de lo que habíamos pensado.
A medida de que comenzamos la conversación en The Arrow, podríamos empezar con la esperanza de que todos nosotros lleguemos a un acuerdo unos con otros. Quizás descubramos alguna relación de causalidad entre la contemplación y las sociedades más saludables, al igual que los científicos han empezado a descubrir relaciones de causalidad entre la contemplación y los cuerpos y mentes más saludables. Tal vez descubramos un plano claro para el cambio social y político, derivado de las prácticas de la contemplación: sabremos cómo deben ser nuestras estrategias, políticas, e instituciones, y lo único que nos quedará por hacer será sencillamente llevar a cabo esta agenda. Tal vez descubramos que hay algo inherente en la contemplación que produce cambios en la vida de un individuo, que necesariamente se traduce en cambios de la sociedad: una tolerancia con la ambigüedad, paciencia, y buena voluntad para escuchar, o un desprendimiento del “ego”. Podemos empezar este viaje con la esperanza de que lo que descubriremos, es una subyacente verdad social, cultural y política que surge de una variedad de tradiciones contemplativas—budista, hindú, cristiana, musulmana, judaica, secular—e incluso tal vez surge de la mera acción de la contemplación en sí misma, deslindada de cualquier tradición en particular.
O, podríamos comenzar esta conversación con una orientación diferente—una orientación caracterizada por la curiosidad y por la humildad: así de simple, no sabemos a dónde vaya a ir esta conversación. No sabemos si podríamos descubrir una conexión causal entre la contemplación y el cambio social. No sabemos que la contemplación—independientemente de cómo se practique, o de si se basa en una tradición espiritual o religiosa—siempre genere, en todo los casos, los mismos resultados sociales y políticos (de hecho, una gran parte de la historia humana nos muestra justo lo contrario: que las tradiciones contemplativas son compatibles con, e incluso han sido utilizadas para justificar la violencia, la opresión, el imperialismo y la guerra). Podemos entrar en esta conversación sin la expectativa de que produzca convergencia y acuerdo. En vez de tener como meta el acuerdo, podemos hacer que la práctica de conversación, en sí misma, sea nuestro objetivo: interactuar unos con otros ocupándonos de nuestros desacuerdos y divergencias, tanto como de nuestros acuerdos y convergencias, practicando la habilidad de comprometernos unos con otros como seres plurales.
En el resto de este ensayo, me gustaría presentar un argumento a favor de esta segunda orientación, aquella que ve nuestra conversación sobre sociedad, cultura, y política despierta, como una que está condicionada por nuestra pluralidad humana. Me imagino que al explorar los asuntos sobre el cambio social y político, tendremos que lidiar con nuestros desacuerdos y diferencias una y otra vez por dos motivos. Primero, el tipo de cambio que es el tema de esta conversación no es individual, sino colectivo; requiere la interacción y colaboración entre personas, las cuales inevitablemente revelarán nuestras diferencias. Segundo, los tipos de preguntas que hacemos aquí son muy distintas, digamos, de aquellas planteadas por los neurocientíficos o por los psicólogos que observan los efectos causales de la práctica contemplativa sobre los cerebros y sobre los cuerpos. Estamos haciendo preguntas sobre qué tipo de sociedad, cultura y política deberíamos practicar juntos—y éstas son preguntas, mismas que argumentaré a continuación, que no disponen de una sola respuesta correcta. Y eso inevitablemente, sacará a relucir nuestros desacuerdos.
La sociedad despierta requiere cambio colectivo
Es fácil imaginar cómo una práctica de meditación de una persona podría tener efectos beneficiosos en sus relaciones personales. Puede que la meditación la ayude a crear el espacio para responder de manera generosa en un conflicto, en vez de reaccionar desde una mentalidad de pobreza. Puede que la ayude a tener más conciencia de patrones de pensamiento recurrentes cuando surjan, dándole la opción de consentir esos patrones o de intentar comportarse de algún otro modo quizás más sano. Puede que la ayude a cultivar más empatía por, y más comprensión del sufrimiento de los demás. Y puede que la ayude a escuchar completamente a los otros durante una conversación—a estar más entrenada en soltar su propio monólogo interior mientras alguien más está hablando.
Pero, según ambos señalan, Gayley y Lobel, es mucho más difícil imaginar cómo estos cambios en las interacciones personales de un individuo podrían contribuir a un cambio cultural más amplio, o provocar un cambio social y político a mayor escala. ¿Cuántas personas tienen que estar meditando para hacer que la sociedad cambie? ¿Qué ocurre si todos nosotros no estamos utilizando la misma técnica de meditación (por ej., algunos de nosotros buscamos la trascendencia, otros buscan la atención plena, y otros buscan el alivio del estrés)? ¿Podremos cambiar el mundo de todas formas? ¿Qué ocurre si todos nosotros no aplicamos las lecciones derivadas de nuestra práctica de la misma manera?
Los tres autores están aproximadamente de acuerdo en la naturaleza de la sociedad: los individuos crean una sociedad a través de sus interacciones recíprocas, mediante sus prácticas. Como Gayley señala, “la sociedad está creada mutua y sucesivamente como una serie dinámica de interacciones”. Hay un riesgo en tomar un punto de vista demasiado simplificado sobre la sociedad, por suponer que esta misma es sólo una conglomeración creada mutuamente por todas nuestras interacciones. La sociedad, como Lobel nos recuerda, también está compuesta de estructuras—de instituciones, normas, y prácticas—las cuales restringen los tipos posibles de interacciones. Por ejemplo, es importante cómo interactúan dos personas en un matrimonio si su matrimonio ocurre en una sociedad con normas de desigualdad de género, o con reconocimiento jurídico de las parejas del mismo sexo, o con ceremonias nupciales elaboradas y caras. Es posible que podamos crear mutuamente una relación con nuestro esposo, y esta relación se pueda mejorar por la práctica contemplativa; sin embargo, ¿es suficiente una práctica contemplativa como para provocar un cambio estructural?
El peligro de decir que las decisiones individuales se convertirán en un cambio social más amplio es muy evidente cuando consideramos el caso de la degradación medioambiental y el cambio climático. Es posible que mis decisiones individuales tengan poco impacto en toda nuestra amplísima cultura de consumismo. De hecho, una gran parte de la “acción” ambiental a mi disposición en lo individual, es realmente sólo una forma de consumismo más verde: puedo comprar un coche híbrido, o puedo comer solamente alimentos orgánicos y no transgénicos, o, puedo instalar paneles solares, etc. Puede que estos tipos de opciones hagan una diferencia en términos de mi huella ecológica como un individuo, pero en la mayor parte de los casos, dejarán en vigor las estructuras actuales que perpetúan la degradación medioambiental.
Parte del reto de “pensando localmente, pensando globalmente” es la manera en que yo, como individuo, estoy implicado en las prácticas de la degradación ambiental. Estas prácticas se extienden mucho más allá de lo que puedo darme cuenta razonablemente como un consumidor, y mucho más allá de mi capacidad de hacer un cambio. Puedo comprar un coche híbrido y disminuir mi consumo personal de los combustibles fósiles. Y tal vez, si un número suficiente de nosotros compramos coches híbridos, este puede tener un impacto real y agregado en la demanda del petróleo. Pero esto deja en vigor la cantidad inmensa de infraestructura en EEUU, que está dedicada a la cultura automovilística. De hecho, es posible que el tener un coche híbrido me ayude a justificar la compra de una casa en los suburbios, o votar en contra de la alza de impuestos que pudieran aumentar el transporte público, mientras mantengo una barrera literal entre el resto de la comunidad y yo en mi trayecto diario al trabajo. Es posible que yo hubiera hecho un cambio en lo individual, pero el impacto en la sociedad en general es mínimo.
En otras palabras, el problema teórico enfrentado por algunos de nosotros que buscamos una manera para conceptualizar un vínculo entre lo personal y lo político, entre el cojín de meditación y la sociedad despierta, también es un problema práctico para el ambientalismo: ¿qué tipo de acción puedo tomar como individuo, la cual posiblemente pudiera ser adecuada para abordar los problemas a los que nos enfrentamos?
La solución, según alude el ensayo de Reoch, debe ser una acción colectiva. Para mi es insuficiente hacer cambios así en lo individual, no importando si los hago por medio de mi práctica de meditación, o por medio de mis hábitos de consumo. Yo debería trabajar junto con los demás para generar un cambio social, cultural y político, y para imaginar y promulgar nuevas prácticas. Y en particular, tengo que trabajar junto con los demás para generar un cambio en algunas de las estructuras de poder más intransigentes que impiden la modificación del rumbo en los asuntos como las emisiones de carbono y el cambio climático: aquellas estructuras que están incorporadas en gobiernos, partidos políticos y sus miembros, y en las corporaciones. Como un individuo que actúa solo, no es posible que pueda esperar a hacer un cambio a gran escala. Tenemos que actuar juntos y con los demás, y cuando nos organizamos de forma colectiva para generar un cambio, nuestra pluralidad humana pasará a primer plano. Tendremos que enfrentar las diferencias de opinión sobre lo que se debe hacer y sobre la estrategia a tomar.
No existe una sola vía hacia la sociedad despierta
Estos tres ensayos nos muestran que un camino importante en el que la orientación contemplativa pueda contribuir al cambio, es que tiene una tremenda capacidad para generar crítica. Las prácticas contemplativas nos ofrecen una manera de estar en el mundo moderno, lo cual no concuerda con nuestra cultura contemporánea. Incluso Chögyam Trungpa Rinpoche, quien intentó reconciliar la modernidad secular con la práctica espiritual tradicional, se dio cuenta de que él estaba preparando a sus estudiantes de manera contracorriente. Para sacar ideas del filósofo Alasdair MacIntyre, podríamos pensar en las prácticas contemplativas como si estuvieran cultivando “hábitos de la mente que nos mal adaptarían al mundo contemporáneo”.4 Esta inadaptación de la práctica contemplativa para la época contemporánea es lo que permite la crítica. Lobel demuestra cómo la atención plena contribuye a una crítica de la temporalidad acelerada de nuestra era tecnológica. Reoch muestra cómo esta contribuye a una crítica del consumismo y el materialismo; y Gayley, muestra cómo la misma contribuye a una crítica de las opciones que ayudan a provocar una “sociedad degradada”. Los autores convergen en usar la falta de adaptación entre la contemplación y nuestro mundo contemporáneo como un modo de identificar y analizar los problemas a los que nos enfrentamos—y esto es muy poderoso.
Sin embargo, me atrevería a decir que las prácticas contemplativas no pueden generar una única visión positiva sobre cómo nuestro mundo contemporáneo debería transformarse. Es así porque las preguntas sobre qué “debería ser” son cuestiones políticas.5 Cuando digo que son cuestiones políticas, no quiero decir que son cuestiones de política que deban decidirse por políticos. Más bien, tengo la intención de dibujar un contraste aquí con cuestiones que podemos considerar como cuestiones científicas o matemáticas: cuestiones que tienen una única solución correcta que puede verificarse, tales como “¿cuál es la suma de 6 más 7?” o “¿cuál es el efecto de la meditación en el cerebro?” Más bien, las cuestiones políticas son cuestiones que no disponen de una respuesta correcta objetiva. Preguntas como “¿es injusta la desigualdad de la riqueza?” o, “¿tenemos la obligación de acoger a los refugiados que provienen de las regiones inhabitables del mundo debido al aumento del nivel del mar?”, sencillamente no tienen una respuesta única correcta. Incluso cuando estoy convencida de que tengo razón sobre mi respuesta a tal pregunta, no puedo simplemente señalar “las matemáticas” para demostrarles a los demás que tengo razón y obligarlos a estar de acuerdo. Al contrario, tengo que meterme en el lioso trabajo de intentar persuadir a los demás para que compartan mi punto de vista, y puede que dicho trabajo yo lo encuentre difícil, frustrante o incluso imposible de realizar. Nuestras soluciones a las “cuestiones políticas” deberán ser debatidas entre una pluralidad de personas que verán las cosas de manera bastante diferente, y que no necesariamente serán persuadidas para estar de acuerdo.
Mientras The Arrow da lugar a una nueva conversación—entre la comunidad de Shambhala, y entre los practicantes y eruditos de diversas prácticas contemplativas, y entre los activistas y eruditos comprometidos al cambio social y político—es importante no olvidar esta cualidad humana de pluralidad. Cuando presuponemos que todos nosotros queremos las mismas cosas—ya sea porque todos somos humanos, o porque todos somos meditadores, o porque todos somos ambientalistas—es probable que nos desilusionemos. Pero incluso cuando presuponemos que no todos nosotros queremos las mismas cosas, trabajar juntos con personas que se diferencian de nosotros y que no están de acuerdo con nosotros, no es fácil. Como músico feminista Bernice Johnson Reagon, describió de manera clásica cómo es trabajar junto con diversas mujeres: “Siento como si fuera a caer desmayada en cualquier instante y morir. A menudo esto es lo que se siente si tú verdaderamente estás haciendo la labor de coalición. La mayor parte del tiempo te sientes amenazado hasta el cuello y si no lo sientes así, no estás realizando verdaderamente la labor de coalición”.6 La conversación que comenzamos aquí nos amenazará hasta el cuello; nos volcará de las sillas y desafiará nuestra práctica—y si no lo hace, no estamos teniendo una conversación de verdad.
La sociedad, según escribe el Sakyong, empieza con “sólo tú y yo”7—es decir, empieza con dos personas, con una pluralidad. No deberíamos esperar que nuestras interacciones generen una visión singular de sociedad, cultura y política despierta. La pregunta que se debe plantear mientras comenzamos esta conversación juntos no es: ¿qué visión de una sociedad iluminada aparece desde las prácticas y tradiciones de la atención plena? Sino, más bien: ¿qué visiones de las sociedades iluminadas aparecen? Y, ¿cómo vamos a afrontar el reto cuando estas visiones aparezcan?
Michaele L. Ferguson is Associate Professor of Political Science and Faculty Associate in the Women and Gender Studies Program at the University of Colorado at Boulder. She is the author of Sharing Democracy (Oxford University Press, 2012) and co-editor with Lori J. Marso of W Stands for Women: How the George W. Bush Presidency Shaped a New Politics of Gender (Duke University Press, 2007), as well as articles in feminist and democratic theory.
- Bernice Johnson Reagon, “Coalition Politics: Turning the Century,” (“La política de coalición: cambiando el siglo”) en Home Girls: A Black Feminist Anthology (Vecinas: Una antología de una feminista negra), (New Brunswick: Rutgers University Press, 2000), 344. ↩
- Hannah Arendt, The Human Condition (La condición humana), (Chicago: The University of Chicago Press, 1958), 8. ↩
- The “Meditation Crush” skit (La parodia “Enamoramiento durante la meditación”). Se puede ver aquí: http://www.hulu.com/watch/442586. ↩
- MacIntyre, un filósofo contemporáneo inspirado por la ética de las virtudes de Aristóteles, no se refería aquí a la contemplación, sino al objetivo de una educación de las artes liberales. Alasdair MacIntyre, “Alasdair MacIntyre,” en Key Philosophers in Conversation: The Cogito Interviews, ed. Andrew Pyle (Filósofos claves en conversación: Las entrevistas cogito, ed. Andrew Pyle) (Routledge, 1999), 83. ↩
- Este lenguaje de “cuestiones políticas” tomo de Arendt. En particular, vea su ensayo “Truth and Politics,” (“La verdad y la política”) en Between Past and Future: Eight Exercises in Political Thought (Entre el pasado y el futuro: Ocho ejercicios en el pensamiento político), (New York: Penguin, 1968). ↩
- “Coalition Politics,” (“La política de coalición”), 343. ↩
- Sakyong Mipham, The Shambhala Principle: Discovering Humanity’s Hidden Treasure (El principio Shambhala: descubriendo el tesoro escondido de la humanidad), (New York: Harmony Books, 2013), 85. ↩